El síndrome de Wolff-Parkinson-White se caracteriza por una anomalía en el sistema de conducción cardiaco (vía accesoria) y la predisposición a la aparición de arritmias.

Se conoce como vía accesoria a una conexión eléctrica anómala que permite que el impulso eléctrico pase de la aurícula al ventrículo sin seguir su camino habitual por el sistema de conducción. Esta conexión favorece que la actividad eléctrica llegue a algunas zonas del ventrículo antes de lo que lo hace por el sistema de conducción, con lo que se activan más precozmente. Esta activación más precoz puede visualizarse en el electrocardiograma y se conoce como ‘onda delta’.

Además, la vía accesoria favorece la aparición de arritmias, como las taquicardias paroxísticas por reentrada y agrava la presentación clínica de otras, como la fibrilación auricular.

Las taquicardias paroxísticas por reentrada del Wolff-Parkinson-White se deben al establecimiento de circuitos eléctricos anómalos entre el sistema de conducción normal y la vía accesoria, conocidos como reentradas. Generalmente provocan sensación de palpitaciones rítmicas con inicio y terminación brusca.

Los pacientes con síndrome de Wolff-Parkinson-White tienen un riesgo de muerte súbita ligeramente superior al de la población general. Es importante saber que el riesgo de muerte súbita no es igual en todos los pacientes con el síndrome, ya que depende de las características de la vía accesoria. Es por ello que mediante datos indirectos (como la aparición de ciertas arritmias o algunas características en el electrocardiograma) y directos (caracterización de la vía accesoria mediante estudio electrofisiológico) puede estimarse la peligrosidad de la vía accesoria y el riesgo de muerte súbita.

En un paciente con síndrome de Wolff-Parkinson-White también es importante realizar una ecocardiografía, para descartar alteraciones estructurales del corazón asociadas.

Cuando se cree que existe un mayor riesgo de muerte súbita o cuando se desea eliminar las arritmias, puede realizarse el estudio electrofisiológico, que permite localizar la vía accesoria, estudiar las características de la misma y eliminarla, aplicando corrientes de radiofrecuencia, lo que se conoce como ablación. La probabilidad de éxito del procedimiento es de más de un 90 por ciento; y el riesgo de complicaciones, de menos de un 2 por ciento. Excepcionalmente, entre un 2 y un 10 por ciento de los casos, tras una ablación con éxito, puede reaparecer la vía accesoria y requerirse una nueva ablación.

En ocasiones también puede utilizarse fármacos antiarrítmicos, tanto para prevenir como para tratar las posibles arritmias. En caso de presentarse arritmias mal toleradas o resistentes al tratamiento farmacológico, puede ser necesario realizar una cardioversión eléctrica (choque eléctrico a través del tórax, administrado generalmente tras sedar al paciente y mediante unas palas; permite resincronizar la actividad eléctrica cardiaca, con lo que suele reanudarse el ritmo cardiaco normal, desapareciendo la arritmia).

La elección del tratamiento depende de la severidad de los síntomas y las preferencias del paciente. La ablación cura la enfermedad definitivamente y evita tomar medicación de por vida, aunque al tratarse de un procedimiento invasivo siempre hay que contemplar una tasa de complicaciones, por baja que esta sea. Si el paciente tiene muchos síntomas o padece arritmias de alto riesgo, la ablación con catéter es siempre la primera opción.